La antigua Grecia se extendía ocupando diversos territorios del Mediterráneo oriental, que marcharon juntos en un proceso histórico unidos por una serie de vínculos comunes, pese a la diversidad geográfica y características propias que poseía. Este conjunto de territorios constituyeron la llamada Hélade, donde se desarrolló la civilización griega. Dos grandes regiones, la una continental y la otra insular, fueron la base geográfica de la aludida diversidad, si bien ésta se veía también matizada por la necesaria división de la región continental en otras dos: la europea y la asiática. Estos tres territorios, distintos en su localización y particularismos, tuvieron entre sí, sin embargo, una continuidad de relaciones y dependencias, que obligan a estudiar su trayectoria histórica en una visión común a todos ellos, si bien cabría señalar la importancia que presentaron las regiones central y meridional frente al norte, denominado bárbaro y que, sin embargo, sería en definitiva el territorio que pudo aglutinar de manera clara todo el contexto helénico, pese a los intentos ineficaces, que partiendo de las zonas menos «bárbaras» no pudieron unir en un sistema político común a toda Grecia.